miércoles, 26 de julio de 2017

Reflexión abierta: sobre grupos, acompañamiento y otras historias...




El Acompañamiento Terapéutico surge en el marco de un momento creativo en Argentina en la que los planteamientos grupales, psicoanalíticos y comunitarios se sostenían como un dique ante las fuerzas represoras del pensamiento encarnadas en los sucesos acontecidos antes, durante y después del Golpe de Estado del 76.

Esta reacción contenida a lo íntimo y perseguida, es la que le da un tono heroico a la mitología al origen, ya que no fueron pocos los pensadores de esa época los que tuvieron que emigrar y transformarse. Es en el marco de la democracia conseguida que puede escribirse el primer libro de acompañamiento terapéutico al que le suceden otros, acompañados de sendos congresos inaugurales de la disciplina en lo público.

Perdíanse en los ditirambos de su destino, la fuerza de los grupalistas que pasaron a ser ciudadanos de otras latitudes. El acompañamiento terapéutico crece así de la mano de una madre suficientemente buena, llamado psicoanálisis y de un padre emigrado y ausente.

No en vano, el acompañamiento viene nada menos que a superar la famosa disyuntiva escolástica del psicoanálisis vs el conductismo. Mientras la teorización psicoanalítica se aleja de la conducta y la conducta se aleja de la mente, otros como Pichón Riviere enseñaban que el vínculo tenia parte de ambas caras, ya que la moneda era una sola. Un inconsciente compuesto de relaciones en acción y una acción sujeta a sus relaciones venía a terminar con dualismos, mentalismos y conductismos.

El acompañamiento es una conducta, una acción sujeta a las vicisitudes del vínculo, un vínculo en parte interno compuesto de matrices de relacionales, una acción tan subjetiva como política.


Salir de la consulta con el paciente es un acto político, tomar un café con él y compartir la realidad de los sanos es un acto político. Ética y política se dan la mano paso a paso rompiendo conservas culturales y llevando una apuesta que surge de la transgresión con intenciones de institucionalización. Lleva en sí las dificultades que la constituyen, desapropiación de la técnica por parte de las profesiones clásicas, cuestionamiento de las referencias teóricas de las  que es tributaria o dicho de otra forma: ¿a quién pertenece el acompañamiento terapéutico?

Por coordenadas similares pasó o pasa la psicología, cuya paternidad se la atribuyen la filosofía y la res extensa científica, sin prueba de adn posible, que pueda resolver el entuerto.

¿Es verdaderamente cierto decir que el acompañamiento terapéutico es la rama de la psicología que se encarga del trabajo fuera de la consulta? Ciertamente es cuestionable esta perspectiva, por otra parte el acompañante terapéutico ¿qué es, sino un terapeuta en la calle? (o como dice Leonel Dozza un terapeuta que parece una persona), ¿no tiene derecho a llamarse terapeuta? ¡si lo lleva impreso en un propio apellido!.


"Un acompañante terapéutico no es un terapeuta"; es una afirmación difícil de sostener, pero la afirmación un acompañante terapéutico no es un psicólogo, mucho menos un psicoanalista, parece más simple de resolver.

El acompañante terapéutico es un terapeuta que parece una persona, en la calle. Al psicólogo la conducta, al psicoanalista la palabra, al acompañante terapéutico la acción. El acompañamiento terapéutico es movimiento, es acción en relación. 

Mucho tenemos todavía para hablar de esta cualidad que nos define, mucho tomaremos prestado de nuestros referentes para completar las lagunas de nuestro discurso,  solo no comentamos el error de confundir la laguna con el océano.

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