Parte 4
Será frecuente observar entre los usuarios y los profesionales
una instalación de una relación de dependencia acompañada de una
escasa cooperación, continuación de la relación simbiótica con el
ámbito familiar como mecanismo de seguridad frente a posibles situaciones de
conflicto.
La eficacia en el trabajo, la tranquilidad, la ausencia de conflictos como
valor (para los pacientes y para los profesionales) aparecen como las
racionalizaciones de este supuesto emocional.
Señalaré a continuación algunas resistencias en el equipo al desarrollo de
la cooperación:
A menudo observamos como la tarea rehabilitadora específica se plantea de
modo individualista no solo en relación con la familia sino también en relación
con los grupos actuales. Dicha concepción individualista de la tarea suele ir
acompañada de una perspectiva pasiva en el aprendizaje de las competencias en
cuestión. Las personas sólo se consideran un grupo para fines administrativos.
Un aspecto importante consiste en considerar la relación rehabilitadora
como una relación en la cual hay un sujeto (profesional) que dirige, enseña,
cuida, y otro (paciente) que debe ser dirigido, enseñado, y cuidado.
Aparece con frecuencia en los distintos espacios terapéuticos de los
dispositivos intermedios talleres cierta actitud de los profesionales que
podríamos etiquetar como “Divide y vencerás”, y que consistiría en que junto a
la queja de la dificultad de relación de los pacientes, se adoptan actitudes,
se organizan las tareas de modo que se evita que se desarrolle la
pertenencia y la cooperación grupal. Este trabajo de fragmentación
del grupo sería el modo de poder mantener la autoridad y el control sobre él,
motivadas por el temor arcaico que suscita la fantasía de los locos
asociados.
Las intervenciones facilitadoras
de la cooperación:
La intervención rehabilitadora ha de manejar dialécticamente la
solicitud de responsabilización y cooperación y acoger la
dependencia que caracteriza la regresión psicótica.
Privilegiar la participación de los usuarios en la toma de
decisiones sobre la organización cotidiana de las tareas. Organizar y
transformar el mundo externo ayuda a la propia organización y coherencia
interna. No considerarlos solo como personas con incapacidades, sino
también con capacidades, solicitándoles la utilización de sus partes sanas y de
los propios recursos.
Promoviendo una cultura de mutua ayuda, potenciando el altruismo o
comportamiento pro-social, permitiendo que los pacientes se escuchen, se
respeten y experimenten la reciprocidad, procurando evitar la dependencia del
profesional (Recordamos la experiencia de Pichon en el Hospicio de las Mercedes
con la cual funda los grupos operativos, debido a un prolongado paro de
enfermeros, debió capacitar a los enfermos que mejor se encontraban para ocupar
este rol: “Estos internos mejoraban ostensiblemente su salud mental.
Tenían una nueva adaptación dinámica a la sociedad, especialmente porque se
sentían útiles" V. Zito Lema).
Algunos medios para crear esta
cultura de la autoayuda:
Establecer encuadres con tareas cooperativas que fomenten el espíritu de
equipo.
Pasaje progresivo a un “liderazgo por omisión”, aunque deberá estar atento
a mantener el encuadre, facilitar el proceso de toma de decisiones, mediar en
las situaciones de conflicto, proteger y apoyar a los integrantes con mayor
dificultades yoicas, introducir la realidad (El terapeuta como embajador de la
realidad como decía Racamier).
Delegar decisiones y los procesos de tomas de decisiones en los integrantes
del grupo.
Recordando a Bleger, podríamos decir que operar como equipo es la forma de
ir constituyéndose como grupo.
Si la dependencia establecida como valor absoluto aparece como un factor de
resistencia al cambio, la mutua ayuda (Cooperación) aparecería como un valor
que lo favorecería.
Podríamos decir que la capacidad de mutua ayuda en un grupo es un indicador
del nivel rehabilitador alcanzado por dicho grupo.
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