miércoles, 10 de agosto de 2011

Apuntes II: A propósito del caso Breivik

Caso Breivik o el delirio y sus usos


El 27/07/2011 en El Mundo, haciéndose eco de la prensa internacional, publicó con el título “¿Sufre Breivik trastornos mentales?”, que puede verse en el siguiente link: http://www.elmundo.es/elmundosalud/2011/07/26/neurociencia/1311701846.htm, sobre la historia de Breivik y un intento de análisis causal del suceso. Me sorprendió del mismo que el periodista, que relataba una historia en la que el abogado de un asesino perpetuado una masacre en Noruega había justificado, con el fin de atenuar la pena, que el personaje en cuestión, padecía  trastornos mentales.

El artículo, obliga al lector a recorrer un juego retorico en el que, después de repasar masacres y asesinos reconocidos, cae una y otra vez en preguntas cliché sobre la peligrosidad de la locura, que lleva al autor a intentar responderlas citando la palabra de “expertos”.

La cuestión que nos interesa es el uso del delirio y su justificación teórica que parecería poner en palabra de estos expertos (dígase De Rivera) la supuesta justificación para reemplazar la pena por un tratamiento terapéutico.

Nos interesa este caso, porque no se trata de trastornos perceptivos, sobre los cuales se sostienen delirios y emociones, sino simplemente de un uso abusivo del mero delirio.

Todo el artículo se centra en el mito del “loco-criminal” al que ya estamos acostumbrados quienes trabajamos con personas que sufren por sus pensamientos, emociones y percepciones, y a la posibilidad de “rehabilitación” de un delirio, que de ninguna forma representa la pluralidad de las manifestaciones de la enfermedad mental. “No todo loco es malo ni todo malo es loco”, me decía hace algún tiempo un paciente defendiéndose de este tipo de atribuciones, en este caso las de su familia.


La mirada psiquiatrizante de De Rivera, es como siempre, poco arriesgada, no se trata aquí de que su delirio lo lleve a “errores de juicio”, o a la consabida dificultad para modificar un delirio (justamente un delirio se caracteriza por su persistencia), sino de romper esa causalidad entre locura y maldad, presente en la historia de la locura desde el comienzo de la psiquiatría.

Un delirio no se caracteriza por el “error de juicio”, sino por la falta de adecuación al contexto y la falta de eficacia social de sus consecuencias. La historia de los grandes hombres esta repleta de estos grandes delirantes, todos estamos ligados (“emocionalmente” como dice De Rivera) a un cuerpo de ideas irreductibles más o menos sistematizadas, que exteriorizamos en mayor o menor medida, el estigma forma parte de alguna de ellas.

Pienso que la maldad (“deseo de masacre” como lo llama De Rivera) no debe asociarse a los problemas mentales en ningún sentido. El intento de explicar la maldad psiquiátricamente ha sido siempre un fracaso histórico. No se trata aquí de curar al criminal de su crimen (enviándolo por ejemplo al psiquiátrico en vez de la cárcel) sino de recuperar y paliar el sufrimiento de las millones de personas que sufren problemas mentales, indicando un camino desestigmatizado que los lleve a asumir la plena ciudadanía, en la medida de sus posibilidades. Cada cual es responsable de sus actos, y ante esto no hay atenuantes.

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