"El contrato elimina radical-mente el margen de confianza. Necesitamos tener confianza, porque no podemos determinar por vía de ley todas las relaciones interhumanas. La confianza facilita las interacciones sociales."
— Byung-Chul Han
Cuando una pareja con hijos se separa, uno de los primeros pasos es establecer acuerdos de custodia. Estos acuerdos —fundamentales y necesarios— buscan organizar el cuidado, los tiempos y las responsabilidades parentales. Pero en la práctica cotidiana, esos contratos no bastan.
La vida con hijos está llena de imprevistos: enfermedades, actividades escolares, cambios de horarios, decisiones que no pueden esperar. Ningún acuerdo, por minucioso que sea, puede anticipar todas las situaciones que surgirán. Es aquí donde entra en juego la confianza.
Como señala Byung-Chul Han, no todo puede ser regulado por ley. En el terreno de lo humano, la confianza no es un lujo, es una condición de posibilidad para que la parentalidad compartida funcione. Sin confianza, cada excepción se vive como una amenaza, cada cambio como una traición. Con confianza, en cambio, se abre espacio a la flexibilidad, a la cooperación, incluso al cuidado mutuo, aún después de la separación.
Pero la confianza no siempre surge sola. A veces hay heridas abiertas, conflictos sin resolver, tensiones que vuelven difícil sostener ese puente invisible entre dos personas que, aunque separadas, siguen unidas por el vínculo con sus hijos.
En estos casos, el trabajo terapéutico puede ser una herramienta valiosa. No se trata de revivir la relación de pareja, sino de reconstruir el terreno común como madres y padres. La terapia puede ayudar a nombrar lo que duele, aclarar expectativas, mejorar la comunicación y encontrar un modo más sano de convivir en la diferencia.
Porque cuando hay hijos, la separación no es el final del vínculo, sino el comienzo de una nueva forma de relación. Y en esa transición, más allá de los contratos, necesitamos trabajar la confianza.
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