jueves, 31 de enero de 2013

Acompañamiento Terapéutico, Rehabilitación y Recuperación en Salud Mental


Por Alejandro Chévez

(Fragmento del libro "Acompañamiento Terapéutico en España", Editorial Grupo 5, Madrid, 2012).

“No podemos resolver problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos”.

Albert Einstein


El Acompañamiento Terapéutico (AT) se presenta hoy como unos de los dispositivos de intervención socio comunitario más difundido del mundo, compartiendo su lugar con otros dispositivos de importancia como los equipos Tratamiento Asertivo Comunitarios (TAC), afines a la Rehabilitación Psicosocial, muy extendida en Europa y que marca las pautas básicas de atención de la mayoría de los Centros, Servicios y Programas de intervención pública en salud mental.

En la Comunidad de Madrid, por otra parte funciona una de las redes de atención social más completas de Europa. En este marco se crean dentro del ámbito de los Servicios Sociales los Equipos de Apoyo Social Comunitario (EASC) en la línea de los TAC inscritos bajo la “filosofía de la rehabilitación”, que Rodríguez y Bravo, sintetizan en el libro Rehabilitación Psicosocial y Tratamiento Integral del Trastorno Mental Severo, (en Gisbert, 2003) de la siguiente manera:

                     “La rehabilitación debe basarse en una concepción amplia e integral de los derechos humanos que reconozca y promueva el derecho de las personas con enfermedades mentales crónicas a una ciudadanía plena y digna.
                     Supone promover y fomentar la implicación activa y responsable de dichas personas en el control de sus propias vidas y en el proceso de rehabilitación teniendo siempre en cuenta sus objetivos y planes.
                     La rehabilitación debe promover la integración de cada persona en su comunidad natural.
                     Debe propiciar el desarrollo de pautas de vida lo más normales que sea posible a través del desempeño de roles sociales apropiados a las características de cada persona y de su entorno social concreto.
                     La rehabilitación debe buscar maximizar la autonomía e independencia basándose en las capacidades, competencias y sistema de apoyo y soporte de cada sujeto y de su entorno.
                     Debe ofrecer el apoyo y soporte que cada persona necesite durante todo el tiempo que precise.
                     La rehabilitación debe partir del principio de individualización teniendo en cuenta las características únicas de cada individuo, y basándose en una evaluación individualizada de sus necesidades que abarque de un modo global todos los aspectos del sujeto y de su entorno.
                     Debe implicar una actitud de esperanza, una expectativa positiva sobre el individuo y sobre sus posibilidades y potencialidades de desarrollo y mejora.
                     Debe promover un constante énfasis en la evaluación de resultados, tanto en términos de autonomía, mejora de la calidad de vida y satisfacción de los usuarios como de la eficacia, eficiencia e impacto de los servicios y programas de rehabilitación” (Gisbert, 2003).


Estos principios considerados un “soporte ideológico y ético” que “permite seguir avanzando a pesar de las limitaciones metodológicas y contextuales” representan un cambio fundamental en la forma de plantear la cuestión de la intervención social.

En primer lugar se fundamenta en un proceso de desinstitucionalización priorizando la intervención socio comunitaria afín a las coordenadas determinadas por la reforma psiquiatra española, materializada en la LEY 14/1986, de 25 de abril, General de Sanidad. En su capítulo III “De la salud mental”, artículo 20, punto 1, establece que “La atención a los problemas de salud mental de la población se realizará en el ámbito comunitario, potenciando los recursos asistenciales a nivel ambulatorio y los sistemas de hospitalización parcial y atención a domicilio, que reduzcan al máximo posible la necesidad de hospitalización”. Aproximadamente diez años después aparecían los primeros dispositivos de atención sociocomunitaria en Madrid.

En segundo lugar se sostiene sobre los principios de normalización, recuperación y autonomía[i].

Cuando hablamos de filosofía de la rehabilitación es inevitable no ver que estas pautas exceden en mucho el plano axiomático o deontológico de una “filosofía”, para convertirse en realidad, en una prescripción técnica y metodológica. Los mismos autores confirman este hecho al afirmar que la función de estos principios es “que puedan guiar la planificación y el desarrollo de los servicios y las intervenciones”, es decir, un método preciso de intervención que presupone un rol activo y asertivo del profesional y el equipo, una intencionalidad determinada a priori: “promover la integración de cada persona en su comunidad natural” y “el desarrollo de pautas de vida lo más normales que sea posible” y un enfoque específico que prevea una “evaluación de resultados” que permita valorar la eficacia y la eficiencia de las intervenciones. En cierta forma la precisión de esta definición operativa borra la pluralidad inicial con la que surge la rehabilitación psicosocial.

Esta conceptualización constituye un desafío para la inserción del AT, dado que éste, no busca ningún tipo de adecuación normalizadora o de crear un ciudadano de pleno derecho, esto es secundario y depende del proceso de subjetivación, que es un efecto del acompañamiento. Por otra parte, sí comparte el enfoque individualizado, el enfoque comunitario y  la importancia de disponer del tiempo necesario que requiera la persona.

Con respecto al punto que indica que el profesional “debe implicar una actitud de esperanza, una expectativa positiva sobre el individuo y sobre sus posibilidades y potencialidades de desarrollo y mejora”, yo no me atrevería a afirmar que la actitud del acompañante es precisamente una “actitud esperanzadora” o de “expectativa positiva”, diría más bien que el acompañante terapéutico (at) intenta mantener una actitud expectante, que no condicione su relación con el acompañado. No dudo que en sus fueros internos los acompañantes, a todos nos ha pasado, no esconda en su interior algún elemento transferencial que determine que algunos usuarios le generen una mejor o peor impresión, pero estas cuestiones son las que generalmente son trabajadas en la supervisión de los casos. Sin embargo, no creo que sea lo mismo afirmar que la esperanza es un elemento bienvenido en el tratamiento, incluso necesario, que considerar la actitud esperanzadora y la expectativa positiva como una prescripción técnica para el profesional, adecuada para todos los casos.


Desde hace diez año aproximadamente de viene difundiendo con ímpetu en España, una nueva “filosofía de atención” en la línea de la rehabilitación, pero con un punto innovador, este nuevo “soporte ideológico y ético” venia planteado, no por profesionales y expertos de la talla de Farkas, Liberman, Watts y Bennett entre otros, sino por asociaciones de familiares y pacientes, que con el apoyo económico del Reino Unido o autofinanciados, fueron surgiendo primero en Londres y luego en todo el  mundo con el nombre de “recovery” o Teoría de la Recuperación, por medio dispositivos como los clubhouses, o grupos sociales, talleres y asociaciones de usuarios.

La Teoría de la Recuperación viene a superponerse a la Rehabilitación Psicosocial y abrir las puertas a una participación más amplia y plural desde el aspecto metodológico, pero fundamentalmente, permitiendo la inclusión de dispositivos cuyo objetivo es devolver la palabra al usuario, es decir, dispositivos como el Acompañamiento Terapéutico.

Geoff Shepherd, Jed Boardman & Mike Slade (2008) en el ya famosos artículo “Hacer realidad la recuperación”, recogen los principales principios de su “filosofía”:

o   “La recuperación consiste en construir un proyecto de vida con sentido y satisfacción para la persona, definida por ella misma independientemente de la evolución de sus síntomas o problemas.
o   Representa un movimiento que se aleja de la patología, la enfermedad y los síntomas, acercándose a la salud, la fortaleza y el bienestar.
o   La esperanza es fundamental para la recuperación y la persona la experimenta en la medida en que va asumiendo un mayor control sobre su vida y percibiendo cómo otras personas la obtienen.
o   Se estimula y facilita el autocontrol (manejo de uno mismo). Los procesos de autocontrol son similares pero funcionan de manera individualizada, de manera diferente en cada persona.
o   Las relaciones de ayuda entre profesionales y pacientes se alejan del formato experto/paciente para acercarse al de entrenador o compañero de recorrido en el proceso de descubrimiento.
o   Las personas no se recuperan solas. El proceso de recuperación está estrechamente relacionado con los procesos de inclusión social y con la capacidad de disfrutar de un rol social con sentido y satisfacción para la persona en el medio comunitario y no en servicios segregados.
o   La recuperación consiste en el descubrimiento o re-descubrimiento de un sentido de identidad personal, separado de la enfermedad o discapacidad.
o   El lenguaje usado, las historias que se construyen y su significado tienen una gran importancia como mediadores del proceso de recuperación. Esta mediación puede, por un lado, reforzar una sensación de esperanza y posibilidades o, por el contrario, invitar al pesimismo y la cronicidad.
o   El desarrollo de servicios basados en la recuperación se apoya en las cualidades personales de los profesionales, al mismo nivel que en su formación académica. Se han de cultivar habilidades para la esperanza, creatividad, cuidados, empatía, realismo y resiliencia.
o   La familia y otros allegados son a menudo cruciales para la recuperación y por tanto deben ser tenidos en cuenta cuando sea posible. Sin embargo, el apoyo entre iguales es fundamental para muchas personas en su proceso de recuperación”.


Si los comparamos con los principios de la rehabilitación descritos anteriormente encontraremos los siguientes tres grupos:
·                    Los principios que se repiten: denotando su filiación y semejanza con la rehabilitación, como el referido a la importancia de la esperanza y la priorización de las fortalezas de la persona por sobre los déficits o síntomas, la importancia del entorno, la familia y el abordaje comunitario y el trato individualizado.
·                    Los principios que se reformulan: dando cuenta de una transformación en el enfoque, en donde “maximización de la autonomía y la independencia”  se convierten en mayor “autocontrol”; “la evaluación individualizada” se transforma en un proceso compartido de construcción de la identidad no dominada por la enfermedad. Pero fundamentalmente se cambio lo que se le exige al profesional, en vez de disponer de una gran capacidad de observación con el fin de detectar las “necesidades” del usuario, se valora su capacidad para escuchar “las historias que se construyen y su significado”, las narrativas que el sujeto hace de su propias vivencias.
·                    Y los principios que desaparecen: fundamentalmente aquellos que insinuaban una metodología específica basada en la evaluación empírica, pasa a ser sustituidos por la “la evidencia de estudios clínicos existentes” (Shepherd, 2008), cambio que es mucho más afín con el AT.

La propia palabra del usuario, su propia voz, es lo que recupera su relevancia con la Teoría de la Recuperación, se revaloriza la escucha, se antepone el decir del usuario al del profesional y se propone reformular la relación experto/paciente tradicional, claramente polarizada, por la figura del “compañero de recorrido” más bidireccional.
Sin duda este “compañero de recorrido” es claramente concordante con el Acompañamiento Terapéutico que precisamente, en compartir un recorrido, adaptándose a las diferentes formas de estar presente, con el fin de que el vínculo torne en una relación positiva y de confianza.

Estas diferentes formas de estar presente (más activas o más expectantes en función del caso), determina una forma de “estar ahí” como plantea J. Saavedra (2010) en su artículo sobre la Teoría de la Recuperación llamado precisamente “Cómo encontrar un lugar en el mundo”, permite una acercamiento al acompañado de una forma novedosa y poco habitual en Rehabilitación. Aportando una presencia, que lejos de ser pasiva aporta una “disponibilidad expectante” (G. Rossi, 2010) que respeta los tiempos de la persona instalando una forma de espera que alivia las tensiones de la urgencia, al tiempo que brinda contención.

En la forma de “estar ahí”, de “dejarse ubicar”, dice Gabriel Pulice (2011) autor de varios libros de Acompañamiento Terapéutico, por el usuario, radica la especialidad de la función del acompañante. También son aspectos constitutivos de la formación del at “cultivar habilidades para la esperanza, creatividad, cuidados, empatía, realismo y resiliencia” (Shepherd, 2008), tal como prescriben los principios de la recuperación.

A la luz de lo hasta aquí planteado vamos viendo que Acompañamiento Terapéutico y Teoría de la Recuperación presentan varios puntos de semejanza, así como también con a modo general con la Teoría de la Rehabilitación, ¿pero cómo se presenta esto en la práctica cotidiana?

Uno de mis trabajos cotidianos es precisamente supervisar equipos de rehabilitación, la mayoría de los casos presentados denotan un mismo obstáculo. Se trata de pacientes con los que “no sabemos qué hacer”, “estamos paralizados” o “bloqueados”. La angustia del equipo ligada a una parálisis de la evolución del usuario, a una especie de detenimiento del proceso rehabilitador funciona como un auténtico obstáculo epistemológico al decir de Gastón Bachelard (G. Bachelard, 1997). Un elemento ideológico que impide pensar ese “no hacer”, esa espera necesaria para dar lugar al “recomenzar” que fundamenta la esperanza. A estos impensables que se ven en las supervisiones, los llamo puntos de ruptura, dado que son elementos que terminan por bloquear definitivamente al equipo, agrietando sus lazos de unión, activando mecanismos de evitación y negación, que terminan traduciéndose en sentimientos de soledad y frustración.

Para poder conceptualizar es no-hacer ese simplemente estar-junto al usuario, tomando un café viendo la televisión, compartiendo un silencio, sería necesario disponer de una “formación desprofesionalizante” (L. Dozza t A. Tarí, 1995) como la que se realiza con los acompañantes terapéutico, que es lo que permite que “un at sea, además de un terapeuta, una persona” (L. Dozza, 2011). Como podemos ver éste ser persona con el acompañado se corresponde, punto por punto, con esa figura del “compañero de recorrido” que se plantea desde el marco de la recuperación.

Por otra parte la importancia de que el usuario pueda construir una “identidad separada de la enfermedad o discapacidad”, está en consonancia con  uno  de los objetivos principales del AT: la subjetivación, que refiere a la importancia de restituir la subjetividad a la persona, devolviéndole la palabra y el saber sobre su sufrimiento, dándole tiempo para poder hablar y ser escuchado, restableciendo en la persona su condición de sujeto deseante donde había un mero un objeto de la intervención farmacológica.

Como dice Shepherd (2008)“Escuchar es una habilidad muy subestimada” y para escuchar es necesario estar callado.

Para finalizar este apartado, me atrevo a conjeturar (o conjurar) una serie de axiomas o principios que podrían configurar una “Filosofía de la atención” del Acompañamiento Terapéutico:


·                    El territorio del AT es el vínculo afectivo con el acompañado, relación entre dos personas implicadas en un proceso de descubrimiento y re-descubrimiento compartido sin la cual no hay acompañamiento posible. El establecimiento de un vínculo positivo y de confianza es un objetivo prioritario para el AT.
·                    La relación entre at y acompañado obtiene su legitimidad desde un tercer elemento denominado encuadre, que recoge tanto las condiciones contractuales, como los acuerdos tácitos e implícitos entre el acompañante, el acompañado y su entorno. El encuadre es el marco de referencia que da sentido a todas las intervenciones.
·                    El AT se desenvuelve en lo cotidiano morada de los afectos y vínculos primitivos más intensos a partir de la cual desarrolla un estilo de intervención específico que consiste en intervenir sin interrumpir, adaptándose al marco referencial y la cadencia rutinaria de la vida cotidiana del acompañado.
·                    El ámbito de intervención del AT es el de la intervención socio comunitaria.
·                    Un AT no trabaja solo, requiere de un Equipo que lo acompañe, un Coordinador que aporte una estructura normativa, y un Supervisor que pueda re-significar y re-conducir los elementos de la subjetividad de los acompañantes que puedan hacer obstáculo en la relación con el acompañado.
·                    Las herramientas  del at son su cuerpo, la palabra y su capacidad de escucha al servicio del vínculo, así como su creatividad, el juego y habilidades personales técnicas y no técnicas. El at no trabaja desde su sentido común sino desde una espontaneidad trabajada.
·                    El AT busca la subjetivación de la persona, restituyendo a partir de la escucha y la palabra, su condición de sujeto, evitando la alienación y la identificación a la enfermedad del discurso medico psiquiátrico.
De estos principios, condensados aquí con fines expositivos, se desprenden los elementos que se desarrollan de forma más amplia en los capítulos de este libro.

Si bien la Teoría del Acompañamiento Terapéutico se sostiene marcos teóricos, se puede concluir que hay una correspondencia entre su enfoque y el de la Teoría de la Recuperación en cuanto al estilo de abordar la relación cara a cara con el usuario. Por otra parte, a pesar de que tanto el AT como la Teoría de la Recuperación se basan en la en la evidencia del caso por caso  mientras Rehabilitación que aboga por la evidencia empírica, comparten una clara intención comunitaria y social, así como la importancia de la relación entre profesional y usuario, en este sentido el AT puede aportar técnicas que pueden adaptarse al estilo de intervención de la rehabilitación psicosocial, de hecho hay ejemplos de Equipos de Apoyo Social Comunitario y Equipos de Tratamiento Asertivo Comunitario que se están implementando estrategias vinculares del Acompañamiento Terapéutico[ii].



[i] Me refiero a“el principio de normalización” de Wolfensberger y posteriormente los “principios de la recuperación” planteados por el Devon Recovery Group, de Reino Unido (entre otros) y sintetizados por Geoff Shepherd, Jed Boardman y Mike Slade (2008), en el ya famoso artículo “Hacer realidad la recuperación”.

[ii] Información de la III jornadas de salud mental de la AFAEM sobre dispositivos de intervención socio comunitaria, en la que participó Juan José Martínez Jambrina. (Coordinador del Servicio de Salud Mental de Avilés en Asturias) Luis Víctor Blas Fernández (Jefe de Sección de Psiquiatría del Complejo Hospitalario de Albacete y Coordinador del Programa Asertivo Comunitario), José Uriarte Uriarte (Jefe de Servicio de la Unidad de Gestión Clínica Trastorno Mental Grave de Bizkaia), Octavio Finol (autor en este libro y psicólogo del Equipos de Apoyo Social Comunitario de Fuenlabrada), Héctor Luna (trabajador social en el mismo equipo), Alejandro Chevez Mandelstein, y miembros del Equipo de Apoyo Social Comunitario de Latina: Ofelia Ramos Fuentenebro, Víctor Hernández Olmedo. 

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