Voy a referirme a dos conceptos en apariencia
no muy complejos, el de territorio y el de deriva, nada más dispar a primera
vista, por un lado el territorio, recuerda el terruño, la tierra, algo que
estaría alrededor de nuestros pies, en segundo lugar la deriva, nos remite a
las historias de náufragos, a mar y al océano, a estar perdidos en la nada.
Sin embargo Territorio, concepto
especialmente apreciado por los filósofos Deleuze y Guattari, remite al locus de la subjetividad, al sujeto en
sus múltiples atravesamientos simbólicos, afectivos, corporales, estéticas y
por último y no por ello menos importante,
políticos.
Puede parecer curioso relacionar
un concepto con nos lleva a pensar en lo terrestre con el de deriva que, por lo
general, nos remite al inmenso mar. Diréis, ¿acaso se trata de hacer territorio
en el agua? El agua, ese espacio homogéneo, inasible, infinito... No obstante
el mismo océano no está a salvo de los procesos de territorialización,
desterritorialización y reterritorialización humanos, allí están atlánticos,
índicos y pacíficos sujetos los mismos ritmos y a las mismas leyes de la tierra.
Para un velerista, derivar significa
girar el rumbo del barco levemente hacia el viento con el fin de aumentar la
velocidad del barco, aunque también aumenta el riego de vuelco por la escora.
Deriva, en cambio, alude a la desviación del rumbo establecido por causa del
viento o la corriente. Y en última instancia, cuando se ha perdido el control
del barco, deriva hace referencia al dejarse llevar por la corriente o el
viento. Digo esto para introducir una breve anécdota infantil.
Cuando tenía 5 o 6 años, mis
padre me llevo a dar una vuelta en un bonito velero que teníamos, su nombre era
Arlequín, recuerdo una vez que había caído la noche en medio del Rio de la
Plata por ausencia total de viento. En
la noche, la oscuridad del cielo se une a la oscuridad del agua, fundiéndolo
todo en un negro plomizo. El barco parecía inmóvil en este angustiante escenario
lunar, mientras a lo lejos se veía un camino de luces inmóviles que
representaban la tierra. Parecía que íbamos a la deriva, hasta que la
ocurrencia de mi padre, que en ese momento arrojó un papelito por la borda,
este papelito que se deslizaba suavemente hacia atrás, fuel encargado de
ayudarme a entender que a pesar del silencio y la inmovilidad aparente, el Arlequín
avanzaba pacientemente hacia la costa y, que no estábamos detenidos en el tiempo y en la nada.
La angustia enseña que la deriva es esa nada que asusta,
ante la angustia dar cuenta de un movimiento aunque sea imperceptible, permite
que algo del orden de un territorio se está formando alrededor, algo del orden
de la vida se vuelve subjetivable en ese papelito que se mueve, marca la
existencia de un otro, de un vínculo posible.
Sartre diría que "El otro es el
instrumento que obedece la voz, regula, reparte y distribuye, y es, al mismo
tiempo, la cálida atmósfera difusa que nos envuelve". (Jean Paul Sarte en
el libro "Saint Genet, comediante y mártir).
Cabe decir que Arlequín, figura que probablemente
encuentra su máximo exponente en la Comedia dell´Arte italiana del Siglo S XVI
y, que llega a nosotros como el bufonesco personaje que aparece en algunas
barajas como comodín o joker, tiene entre sus posibles orígenes el nombre de
las máscaras que utilizaba en carnaval la nobleza de la época, para mezclarse
de incógnito con el pueblo.
Muchas veces, la deriva es el
estado en que nos encontramos a los pacientes que acompañamos y a sus familias, nuestro
trabajo como acompañantes es primero encontrar un lugar en esta deriva y luego,
acompañar la angustia que conlleva, dejarse llevar por la corriente, prestando nuestra disponibilidad,
creatividad y paciencia, al servicio del movimiento ritmico de las presencias y la ausencias en pos de la restitución del tiempo
subjetivo. La deriva lleva al aislamiento porque arrasa al sujeto, lo borra, rompe la posibilidad de todo vínculo.
Dejarme
representar esto último:
- D, tiene 21 años, hace en años que está encerrado en casa, a veces bien, otras con una agresividad que dificulta su convivencia con su madre, consulta ella porque están detenidos en el tiempo, no saben qué hacer, “lo hemos intentado todo y sigue todo igual”.
- F, tiene 27 años, mirada esquiva, ánimo apagado, frente a la propuesta de acompañamiento dice que prefiere quedarse en la cama todo el día, allí nadie lo escucha ni lo vigila.
- Fed. dice ser un Mariscal de Campo Alemán, chapurrea en pseudo-alemán frases ininteligibles, que a veces traduce al castellano. Hace años que no sale, su contacto con el mundo es a través de la tele y una libreta que utiliza para decretar sentencias de muerte.
- T. tiene la piel y el pelo blancos, la mayor parte del día la pasa encerrada en el baño, hace 20 años que no sale de su casa. Su lenguaje coincide con el momento en el tiempo se detuvo, es una adolecente en un cuerpo cincuentenario.
Podría seguir dando ejemplos de
esta deriva en la que encontramos a las personas que acompañamos y a veces,
también a sus familias, ha pasado el tiempo ya, en el que alguien podría
haberles acercado las leyes de la naturaleza o la naturaleza de la ley, impera
la desconfianza, el abatimiento y la soledad, dificultando la posible estancia
a posibles compañeros de viaje.
En un modelo relacional el
"yo" es uno de los elementos de una estructura que se completa en el
otro” ¿cómo es posible acompañar la deriva sin estar nosotros mismos también
implicados en esa deriva? El
encuentro se llena de dos vacíos que entran en contacto.
Ante la deriva la tarea será un trabajo de
territorialización.
El vínculo es el territorio del
acompañamiento terapéutico, nos abocamos a un proceso de
territorialización-desterritorialización, en el que nos incluimos como otro,
como un extranjero en tanto portamos antes incluso de nuestra llegada. la carga
de amenaza e incertidumbre que acompaña la llegada de lo diferente. Pero la
hospitalidad necesaria para toda relación terapéutica tiene que ser mutua, este
acogimiento necesario está sujeto por lo tanto a dos hospitalidades, la del
terapeuta y la del paciente.
Es un tránsito de un pasaje a
otro, de una escena interna a otra, escena como punto epistemológico, en tanto
conjuga las escenas inconscientes tal como las presenta Manonni, con las
escenas psicodramáticas, ya que el acento estará puesto no tanto en porque se
ha construido la escena, sino en cómo el sujeto las habita, como las despliega
en el territorio, con qué ritmo y con qué cadencia y, como el acompañante como yo auxiliar interviene en la
escena como sostén (holding), pero también como un elemento diferente, externo/interno,
como un elemento variable capaz de aportar una transformación, dando a lugar a
un principio de apertura, de un punto de fuga, a través de “micro apoyos, micro toques, micro pedidos,
micros suspiros” (Araujo, 138)
Como
afirma Guattari en el libro Micropolítica: Cartografías del Deseo:
“Los
seres existentes se organizan según territorios que ellos delimitan y articulan
con otros existentes y con flujos cósmicos. El territorio puede ser relativo
tanto a un espacio vivido, como a un
sistema percibido dentro del cual un sujeto se siente ‘una cosa’. El territorio es sinónimo de apropiación, de
subjetivación fichada sobre sí misma. Él es un conjunto de representaciones
las cuales van a desembocar, pragmáticamente, en una serie de comportamientos,
inversiones, en tiempos y espacios sociales, culturales, estéticos,
cognitivos”(Guattari y Rolnik, 1986: 323; en Haesbaert, 2004). El territorio es mas un ritmo que una cosa.
Para terminar pienso que las palabras del Poeta permiten ponerle
nombre a los silencios de las personas de a pie.
Una mujer se ha perdido
Conocer el delirio y el polvo
Se ha perdido esta bella locura
Su breve cintura debajo de mí
Se ha perdido mi forma de amar
Se ha perdido mi huella en su mar
Veo una luz que vacila
Y promete dejarnos a oscuras
Veo un perro ladrando a la luna
Con otra figura que recuerda a mí
Veo más: veo que no me halló
Veo más: veo que se perdió
(Oleo de una mujer con sombrero. Silvio Rodríguez)
Territorio o deriva… esa es la cuestión
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