martes, 26 de febrero de 2013

Rehabilitación Psicosocial y la evidencia de la locura. O acerca de cómo saber el punto de cocción entre la experiencia y la evidencia científica



Hoy estaba comiendo con mi hermano, Ramiro Chevez, jefe de cocina o chef para los in-expertos, y me decía lo siguiente:
- Siempre me preguntan cómo se sabe el punto exacto de cocción de la carne,  en general, esperan una respuesta compleja, intrincada con soluciones inesperadas y sorprendentes… pero ¿sabes como sabemos el punto de cocción en la cocina?.
Me muestra la mano derecha y moviendo sus dedos de una manera que soy incapaz de explicarlo por escrito me dice:
- Hay cuatro puntos de cocción: bleu, jugoso, a punto y cocido… ¿cómo se en qué punto esta la carne?, tocándola, dependiendo de si esta mas blanda o más dura, se sabe en qué punto de cocción se encuentra.
“Tocándola”,  me parece la palabra clave, dado que ¿Cómo sabemos muchas veces como actuar con un paciente en determinada situación o con determinada patología?...

En los grupos de supervisión de profesionales muchas veces me encuentro con este dilema, los problemas que se plantean en estas supervisiones de equipos de rehabilitación son prácticamente invariables o en todo caso podría decir que la cantidad de temas propuestos, al menos, son finitos.

El más habitual: “nos encontramos trabados con este usuario”, el equipo percibe que ya no dispone de herramientas para abordar el caso, porque ya lo han “hecho todo”, o porque suponen que debe haber una “técnica” que desconocen y no han utilizado.

El segundo grupo refiere a casos de riesgo (por suicidio, agresión o simple abandono del tratamiento) en el que los profesionales dominados por lo que en otro lugar (Acompañamiento Terapéutico en España) he denominado “discurso de la urgencia”, precisan de respuestas rápidas y definitivas para resolver la tensión en que el usuario pone al equipo.

Existe un tercer tipo de supervisiones a las que yo llamo “de procesos”, a este tipo de problemáticas que implican una modificación en la estrategia de intervención, en el funcionamiento interno del recurso o en su relación con el exterior, acuden los equipos que por por diferentes razones (ideología, momento del equipo, conflictos internos, externos o de dirección), prefieren centrar la atención en la "estructura formal" (la causa formalis de Aristóteles), aludir a una institución como garante más allá del grupo (como si al equipo no lo afectara lo grupal). Este tipo de supervisiones suele producir como es lógico, mucha menos incertidumbre, e incluso es recomendable en el caso de equipos "jóvenes" que están en sus primeras etapas de formación, donde la aparición de las diferencias (la differance de Derrida) amenaza la estabilidad del equipo, lo angustia, por lo que en estos equipos "definir funciones y procesos" son temas habituales, es decir "aclarar funciones", "que me toca a mi y que le toca al otro", tema que trabaja muy bien Ortega y Gasset (para citar a un gran olvidado del pensamiento Español) en su libro "El hombre y la gente", y mas precisamente en el capítulo "El peligro que es el otro y la sorpresa que es el yo", pero que también es tema recurrente en cualquier texto sobre grupos.

Es interesante observar como aquellos equipos, basados en métodos científicamente validados se corresponden generalmente con equipos jóvenes e inexpertos, mientras que los equipos, supuestamente, “expertos”, eluden todo tipo de verificación, validación o corroboración de su “experiencia” mediante métodos científicos, y prefieren "la experiencia".


Esta situación me ha hecho pensar muchas veces en una especie de contraposición entre evidencia y experiencia, o en otras palabras, en el uso de métodos validados científicamente (es decir por un tercero ajeno al día a día del equipo) y el uso de métodos validados por la experiencia (o en palabras del equipo “la forma en que Nosotros trabajamos).

Siendo que, si pusiéramos mi historia profesional en una balanza, seguramente ésta se inclinaría por la segunda alternativa, es verdad que esta discusión entre evidencia científica y experiencia clínica, siempre me ha parecido una tanto rancia y anacrónica.

Ciertamente, de lo que estamos hablando es: ¿en qué lugar ubicamos el método dentro de la experiencia cotidiana?, y de qué forma los expertos deben recurrir al método para no convertir su Experiencia Clínica en una experiencia solipsista de difícil generalización.

En concreto, el caso por caso, no anula un enfoque mitológico, y como bien nos diría un jefe de cocina, determinar el punto de cocción exacto de un tratamiento, requiere de dos elementos básicos ineludibles:
- Por un lado el tacto, el con-tacto con los pacientes, el saber individual e intransferible hasta cierto punto de la experiencia clínica, es decir, lo que nos da los años..

- Por el otro, el método, aquellos caminos tipificados y organizados para hacernos la vida más fácil y menos angustiosa.

Es preciso disponer de un método, es decir de una organización que estructure nuestro encuentro con la realidad, el punto de cocción de  la carne, y por otra parte la experiencia que nos da el uso de uno o más métodos de intervención.

En conclusión, al equipo experto, le diría que requiere de metodología para trasmitir su experiencia, que es fundamental organizar su trabajo metodológicamente y trasmitirla a los otros equipos, ya que esta metodología existe de forma subyacente, o sea , en acto, y requiere de una objetivización para ser aprendida.

Al equipo metódico, centrado en proceso, le diría que la metodología es el camino de entrada del aprendizaje, pero éste también requiere de la flexibilidad y la indeterminación necesaria para poder adaptarse a lo nuevo, para poder atender lo inesperado, lo que nuestro conocimiento sobre metodología solamente puede aportarnos una luz limitada, lo cual intrínsecamente nos podría llevar a “obligar” al paciente a confirmar nuestros métodos.

Si observáis con cuidado veréis que el equipo experto lleva desde hace tiempo adaptándose al día a día,  posiblemente sean efectivos pero difícilmente puedan decir porqué lo son. En cambio el equipo metódico veréis que padece de cierta rigidez, limitaciones para tolerar la angustia ante lo desconocido, y cierto “enojo” con aquellos pacientes que no se adaptan a la estructura metodológica por ellos planteada.

Veréis entonces, que bien haría el equipo experto en valerse del método para explicar su experiencia, para hacerla objetiva y a la vez histórica, mientras que el equipo metódico bien podría, una vez aprendidos los requerimientos del método, adoptar una actitud creativa hacia el caso por caso, crear espacios alternativos que permitan cierta flexibilidad y aporten información no tamizada por el método.

En conclusión me encuentro en los grupos de supervisión que para el experto el método es una amenaza a su experiencia, mientras que para el metódico, la experiencia es algo antiguo, conservador, que hay que suplantar por nuevos métodos.

Ciertamente, es imposible abordar el trabajo cotidiano con personas con enfermedad mental grave sin estos dos elementos básicos: método y experiencia.

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